Paul-Michel Foucault
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Resumen: La importancia del verbo, también palabra, se presenta en todos los ámbitos de la vida y de las ciencias y, más aún, en el de las ciencias humanas. En este contexto de las ciencias humanas, cobran fuerza los aportes venidos de la Filosofía.-
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La importancia del verbo, también palabra, se presenta en todos los ámbitos de la vida y de las ciencias y, más aún, en el de las ciencias humanas. En este contexto de las ciencias humanas, cobran fuerza los aportes venidos de la Filosofía.
Como referencia podemos hacer mención de Demócrito quien fue uno de los primeros en señalar los diferentes sentidos que se le pueden otorgar a las palabras. Este notable filósofo llamó la atención ante el hecho de que una idea puede ser expresada por signos variados.
Con Aristóteles devino el desarrollo de una semántica que otorga un significado primario a las palabras. Así mismo, introduce la clasificación de las categorías con sentido propio y por asociación a los primeros significados.
Platón, por su parte, intenta ofrecer una explicación sobre la base de la existencia de palabras que designan cosas, pero también, aquellas que designan a los sujetos en la oración. Para este filósofo, además, los juicios que se hagan tienen que tener un referencial.
Estos juicios se corresponden con algo. Precisamente, es esta conjetura el punto de partida para su dialéctica entre lo real y lo ideal. En su Crátilo adversa el origen del significado, creando dos posiciones encontradas:
a) El naturalismo que defiende la fónica o sonido de las palabras como representación de los objetos, la Onomatopeya, en ese caso, y
b) El convencionalismo el cual sostiene que el lenguaje ocupa el lugar de los objetos y los define según postulados o convenciones creadas por los hombres.
En esta perspectiva el naturalismo y el convencionalismo son dos posturas que se complementan (realidad y habla). De allí, que se diga que: “a todo Ser le corresponde su logo y a todo logo su Ser” (1) En otras palabras, a toda palabra le corresponde su objeto y a todo objeto su palabra.
A lo largo de la historia, surgen otras visiones respecto a las significaciones. Por ejemplo, en la Edad Media se establece una relación entre la lógica y gramática. Ahora bien, desde esta óptica las palabras suponían una apelación o concepto mental. Las palabras tomaban el lugar de las cosas, las representaban en ideas. Posteriormente, se sumó a esta dinámica la elaboración de una referencia concreta respecto a las palabras.
A mediados del siglo XIX, deviene la obra de Breal cuyo énfasis fue puesto en la semántica. Esta postura se mantuvo por largo tiempo.
Sin embargo, la Modernidad trajo consigo el avance del área lingüística, desde donde, además, de seguirse con la trayectoria demarcada por la gramática tradicional, se atienden a partir de las vinculaciones del lenguaje con la psicología, sociología, antropología, filosofía, y lingüística, cuestiones referidas al orden de los signos, la lengua y el binomio significado- significante. Por otra parte, se utiliza la fundamentación lingüística para abordar aspectos relacionados con los asuntos del habla. Toda la problemática clínica del inconsciente es abordada y contemplada desde el lenguaje. En consecuencia, el lenguaje penetra todas las hendiduras del saber contemporáneo.
En el marco de estas propuestas los estudios realizados por B. Whorf, han sentado la pauta en el establecimiento de las relaciones entre lenguaje y conducta, lenguaje y pensamiento y, por último, la búsqueda del sentido.
Se establece y se entiende así, que el lenguaje no es un objeto natural, sino el producto o resultado de un proceso de invención que una vez creado o producido, se ofrece como signo de reordenamiento para quien lo crea o elabora y es adoptado por los otros con quienes se comparte o interacciona.
Cabe mencionar, por otro lado, que este despertar alrededor del lenguaje ha permitido a su vez, volver el pensamiento y la atención hacia autores que otrora estuvieron preocupados y ocupados en esta temática, entre ellos Nietzsche, Hegel, Heiddegger y, especialmente, Michel Foucault, a quien abordaremos a partir de una de sus obras.
Michel Foucault en Las Palabras y Las Cosas (1978) nos pasea por un circuito cronológico cuyo objetivo es ubicar las diferentes etapas evolutivas de los signos y del saber, hasta llegar a la sacralización de los mismos. En su planteamiento se recoge la idea de un hombre que es y se hace a través del lenguaje. La cultura donde ese hombre está inmerso está impregnada por signos que la alimentan y la determinan. Cada una de las cosas que rodea al hombre y todo lo que existe dentro y fuera de él tiene nombre y significado.
En concreto, aquello que constituye la cultura con la cual se identifica el hombre, es nombrado. Todo significa algo y ese algo se convierte en mediador entre sujeto y su mundo. Dentro de este marco referencial Foucault se expresa diciendo que: “...El lenguaje no tiene otro lugar que no sea la representación, (2). Y, agrega ... “ ni tiene valor a no ser en ella.”(3)
Vemos como la aplicación al contexto basta a menudo para advertir sí una palabra es significativa de una realidad o si la describe en su sentido. Como podemos apreciar, para Foucault, el mundo está constituido por signos. Son esos signos los que el mismo hombre tiene que traducir para poder conocer, para acceder al saber. Desde esta lógica de sentido, el hombre está sometido a la realización de un ejercicio constante de interpretación. Esta práctica comienza por las palabras las cuales tiene que llegar a descifrar para capturaras lo que ellas quieren decir. A criterio de Foucault, lo que el hombre realiza es una tarea de reproducción del saber más que de producción. En este sentido, a la vista del desarrollo histórico del hombre y sus signos, el proceso de descifraje es constante.
Cierto es, que dicho proceso se evidencia de igual forma al tener que buscar el significado implícito en un texto, al realizar un análisis psicológico o al acometer la lectura de un libro o el texto de una historia de vida. De hecho, es una búsqueda continua la que inicia todo aquel que quiera saber lo que dicen los signos, lo que denotan los significantes. Ciertamente, lo que realmente se plantea es una labor hermenéutica (4)
Entendiéndose por tal, el proceso mediante el cual se pueden descifrar los signos para buscar la semejanza en lo semejante. No obstante, también es cierto, que para poder interpretar hay que conocer las palabras y los contextos de uso. La lengua no es caprichosa, obedece a un orden de palabras y signos que representan las cosas mediante las cuales el mundo está conformado y estructurado. Esa es la importancia capital del lenguaje.
El lenguaje encierra en su estructura al mundo y al sujeto (en él y con él). Su papel es doble, por ser doble la perspectiva el uno se hace en el otro y viceversa. A manera de orientación se toma esta expresión de Foucault, en la cual señala que. “...las lenguas tienen en el mundo una relación de analogía más que de significación; o mejor dicho, su valor de signo y su función de duplicación se superponen hablan del cielo y de la tierra de los que son imagen; reproducen.5) Esto explica una forma analógica de proyección. También recoge la idea del descifraje simbólico que sirve al sujeto para referirse al mundo y a los objetos, proyectando en ellos su impresión o estableciendo vínculos de contigüidad en una suerte de proceso subjetivo-objetivo u objetivo-subjetivo.
Desde este punto de vista ontológico y axiológico (Ser y valor) se advierte la constante dualidad de la dinámica implicada, al intentar deslindar este proceso. En suma, se podría resumir, siempre con temor de caer en reduccionismos, que este proceso representa la eterna disputa entre la representación y la verdad del lenguaje. La representación y lo representado.
Sin embargo, la tendencia más marcada del siglo XIX, se ubica en la búsqueda de representatividad de la actividad discursiva. La nueva episteme gira en torno a considerar al lenguaje como objeto a descifrar y a ser leído. La interpretación se formaliza vertida en una secuencia que busca la literalidad del lenguaje y otra que intenta la supresión de todo aquello que no es posible decir sin violentar la objetividad. Así, entonces, el análisis se mueve en dos vías interpretar y formalizar.
Conviene precisar que en este contexto que la episteme (6) moderna está guiada por lo impensado y lo reprimido. Por la representación de un hombre que es lo Otro, otro que no conoce, pero que es él mismo. Ese hombre es historia, lenguaje, saber, indeterminación, infinitud y finitud, goce-dolor, en fin, polaridad. Es justamente, esta doble condición la que le plantea al ser humano un problema en lo tocante a Ser y saberse allí. De allí que, el sujeto de la creencia puede ser el mismo que el del saber, pero antes, debe saber que cree en él mismo. En un despliegue discursivo, que quizá sirva para ahondar en el tema Foucault destaca que:
...En esta tarea infinita de pensar el origen lo mas cerca y lo más lejos de sí, el pensamiento descubre que el hombre no es contemporáneo de aquello que lo hace ser -o de aquello a partir de lo cual es- sino que está preso en el interior de un poder que lo dispersa, lo retira lejos de su propio origen, pero allí le promete en una inminencia que quizás siempre sea hurtada; ahora bien, este poder no le es extraño; no se asienta lejos de él en la serenidad de los orígenes eternos y recomenzados sin cesar, pues entonces el origen será efectivamente dado este poder es aquel de su propio ser.(7)
Y es que para Foucault el hombre moderno ha pasado del deseo literal de la representación de las cosas, al anhelo. El anhelo de que se le permita comprender y creer que es autónomo en sus interpretaciones y su quehacer. El hombre tiene la necesidad de sentir que puede hacer a voluntad. Acá se introduce un aspecto comprometedor como lo es la voluntad, pero, además, surge la contingencia de que aunque el hombre tenga que buscar en las palabras las representaciones de las cosas, pueda al mismo tiempo, analizarse a sí mismo, desde el interior del lenguaje y se sitúe al interior del discurso; con todas las implicaciones objetivas y subjetivas que este acto implica.
Es esta condición justamente, la que conduce a Foucault a plantearse una muy particular forma de episteme. En efecto, él se plantea que la episteme que rige para la modernidad es única y cerrada. Más aún, Foucault piensa que la episteme es propia del momento, por tanto, señala que: ... “En una cultura en un momento dado, nunca hay más que una sola épistémé, que define las condiciones de posibilidad de todo saber: Sea el que se manifiesta en una teoría o aquel que está silenciosamente envuelto en una práctica.” (8)
La episteme es una para todos los saberes de un periodo determinado y de una cultura determinada. Desde esta postura y a objeto de desentrañar tal saber, Foucault se plantea un ordenamiento de las ciencias en tres vertientes, a saber: las matemáticas (deductivas), el lenguaje (relaciones causales) y las filosóficas (el pensarse). Desde estas tres dimensiones, pero en creciente apertura, se ubican las ciencias humanas. Estas ciencias están incluidas dentro de los saberes antes mencionados. En esta suerte de imbricación, estas ciencias, terminan siendo beneficiadas, por cuanto, en esa unión potencian sus posibilidades de evolución. No deja de reconocer Foucault, sin embargo, que esta situación pueda ser, a su vez, una de las desventajas, más visibles, que confrontan las ciencias humanas.
En la cita siguiente queda plasmada la intención de ese sentir, veamos que dice al respecto:
... ”Quizá es esta repartición nebulosa en un espacio de tres dimensiones lo que hace que las ciencias humanas sean tal difíciles de situar, lo que le da su irreductible precariedad a su localización en el dominio epistemológico y lo que las hace aparecer a la vez como peligrosas y en peligro.”(9)Piensa, asimismo, Foucault que las ciencias humanas en el intento de buscar su independencia como área del saber con régimen propio, se han ido alejando de la Mathesis (10), y en ese separarse, el sujeto de estudio, el hombre, se ha ido deshumanizando y se ha tornado, a sí mismo, en un objeto del saber. En este proceso el hombre se comporta como una extensión de sí mismo, acción espejo, en tal desdoblamiento adviene su propia alienación como Ser. Todo lo ve fuera de él, más grave aún, percibe de esta forma a todo aquello que el mismo es capaz de crear.
Tal fenómeno lo ha convertido en un sujeto sujetado, en alguien que no es capaz de mirarse desde su sí mismo, pero sí de convertirse en objeto de observación. A criterio de Foucault...”es el enrollamiento sobre sí mismo, del trabajo, de la vida y del lenguaje lo que prescribió, desde el exterior, la aparición de este nuevo dominio” (11) que se ha llamado ciencias humanas. (12)
Por consiguiente, la particularidad de ser llamadas las ciencias del hombre, le viene dado precisamente, porque introduce desde su origen la semblanza un ser empírico - trascendente, cuyo pensamiento es una mezcla de consciencia e inconsciencia, de vida y muerte. Ante esta contingencia de ser objeto y sujeto de las ciencias humanas, el hombre, el sujeto, se adhiere y adquiere un signo operativo de su especificidad humana. Tal condición lo imposibilita para intentar una separación o para negar su esencia humana, sin que tal negación signifique dejar de ser.
Se podría decir que cualquier negación de esta condición o realidad devendría en la muerte del sujeto. Por eso, al ser el sujeto, el objeto de estas ciencias se convierte, asimismo, en un ser que vive, habla, trabaja, produce, se mueve, se motiva, sufre y, en todo caso, es finito. “...Por último, dado que tiene lenguaje, puede constituirse todo un universo simbólico en el interior del cual tiene relación con su pasado, con las cosas, con otro, a partir del cual puede construir también algo así como un saber.” (13
De hecho, estas ciencias toman como punto de partida el conocimiento que el sujeto posee acerca de si mismo, de quién es. Partiendo de allí, se crean las múltiples interpretaciones que pretenden corporizarlo y calzarlo en; alterando en muchos casos y a consecuencia de tal práctica, su especificidad humana.
En cuanto, a las ciencias humanas, dejemos que sea el mismo Foucault, quien en su verbo puntualice lo siguiente:“...son un análisis que se extiende entre aquello que el hombre es en su positividad (ser vivo, parlante, trabajador) y aquello que permite a este mismo saber (o tratar de saber) lo que es la vida, en qué consiste la esencia del trabajo y sus leyes de que manera puede hablar.” (14)
De esta manera, las ciencias humanas, apoyan su positividad partiendo transferencialmente de tres formas de operatividad:
a) para tener una estructura o basamento,
b) para ser entendida como saber científico y
c) para ser legitimada como las otras ciencias.
Todo esto, con la finalidad de ostentar su propio espacio epistemológico, para lo cual, se mueve en dos tendencias,
1) tomando prestados algunos términos propios de otras áreas del conocimiento de índole solamente imaginativo en cuanto a su operatividad y
2) asumiendo una serie de procesos o categorías, que formalizan la utilización de objetos de su saber, los cuales son ut5ilizados para el análisis de los fenómenos de las ciencias humanas.
Otras herramientas son tomadas de la biología, economía y semiología. Por cierto, estas tres áreas de conocimiento facilitan a las ciencias humanas, los procesos técnicos que definen su quehacer científico en el marco de su especificidad y en todo lo referente al ser humano.
Desde allí, como lo indica Foucault “...estas tres parejas de la función, de la norma, del conflicto, de la regla, de la significación y del sistema, cubren sin residuos todo el dominio del conocimiento del hombre” (15)
Es aun más contundente Foucault, cuando piensa que todo el modelo de ciencias humanas, desde el siglo XIX, se apoya en los dominios del positivismo guiado por Comte, Marx y Freud (buscando el sentido oculto); Goldstein, Mauss y Dumezil (lo patológico y lo social), Durkheim (el ruido, lo patológico social); Levy - Bhrul y Blondel (las creencias morbosas).
En el caso de Freud, como se sabe, fue uno de los precursores de lo inconsciente y lo consciente, respecto al modelo representacional del hombre. Tales descubrimientos nacen a la luz del conocimiento filosófico y lingüístico y, algunos de los argumentos que sirvieron de base a este autor, se mantienen vigentes. Con Freíd, las ciencias humanas demarcan la época de la significación de lo inconsciente. Este material inconsciente es traído, a través de la relación transferencial y contratransferencial, a los niveles conscientes para ser representado por medio del lenguaje, de la palabra. Por tanto, “...las ciencias humanas no hablan más que del elemento de lo representable, pero de acuerdo con una dimensión consciente - inconsciente” (16), donde de ninguna forma se compromete la representación, en tanto que campo consciente de lo humano y, a partir de lo cual, es posible el saber humano.
Esta problemática, piensa Foucault, alude al surgimiento de dos críticas, a saber: a) una histórica que nos habla de una ciencia humana que no ha podido deslindar su representatividad como saber. Por cuanto, desde que el hombre apareció como objeto de la episteme, la filosofía clásica ha servido de asidero para explicar, en el ámbito de las ciencias humanas, la representación, b) la circunscripción de la representación a lo consciente o inconsciente, lleva a estas ciencias a abordar al objeto o aquello que sólo tiene posibilidad de serlo, en una constante movilidad transcendental que concluyen en una práctica reanudativa crítica.
Como bien lo acota Foucault, las ciencias humanas “...van de aquello que se da a la representación a aquello que las hace posible, pero que todavía es una representación.” (17) Queda siempre infiltrada e introducida la sospecha acerca de la veracidad o no, entre lo real y lo representado como tal.
Así, lo inconsciente, es decir, lo no develado, se presenta como parte coexistente de la propia inmanencia de las ciencias humanas. Este paradójico, rasgo forma parte de su esencialidad. Con las ciencias humanas y la episteme se ha de tener claro, que no es el objeto de estudio, en este caso, el hombre, lo que convierte a las ciencias humanas en ciencias, es en todo caso la episteme la que las instaura y les permite hacer del hombre su objeto.
Para Foucault la compenetración de las ciencias humanas, con otras ciencias como la biología, economía y filosofía, es sólo una relación de acercamiento circunstancial, debido solamente, a que estas se ocupan del estudio del lenguaje, la vida biológica y el trabajo. Por lo tanto, sería un error intentar dimensionarlas. Estas áreas abordan al objeto (hombre) de manera puramente formal; en cambio las ciencias humanas trabajan con conductas, comportamientos, vivencias, lenguaje y producción. De hecho, lo hacen de manera distinta a como lo hacen las otras ciencias de corte fisicalista. Frente a esta prescripción se comprende que las diversas áreas humanas, del saber se vinculan, inexorablemente, entre sí. Sobre esta sujeción Foucault llama la atención al respecto cuando señala que:
“... Todas las ciencias humanas se entrecruzan y pueden interpretarse siempre mas a otras, sus fronteras se borran, las disciplinas intermediarias y mixtas se multiplican indefinitivamente y su objeto propio acaba por disolverse.”(18)
Al mismo tiempo, advierte Foucault que se debe tener cuidado con la designación ciencias del hombre, todas lo son y todas forman parte de la episteme moderna, lo que si no se puede decir, sin correr el riesgo de atar o enraizar al hombre, es que estas ciencias forman parte del campo epistemológico. Y, esto es así, porque no toda configuración epistemológica es ciencia. Las ciencias humanas y, esto debe quedar claro, no son ciencias, son “...otras configuraciones del saber.” (19)
Se podría decir, además, que las ciencias humanas han permanecido en vecindad transferencial con otras ciencias y de ellas han tomado modelos operativos y concepciones básicas. Ciertamente, la connaturalidad con otras áreas del saber hace más difícil la circunscripción de los fenómenos humanos, sin embargo, a nuestro parecer es esa misma posibilidad de complementarse lo que le otorga la riqueza y la posibilidad indeterminada de expansión. Desde ese punto de vista, la realidad de las ciencias humanas y su objeto de estudio, es una muy particular. Es decir, que al hablar de una episteme o también de un paradigma establecido, estructurado, calzando al hombre, no es, hoy día, pertinente o apropiado y, menos aún, si se toman en cuenta las nuevas tendencias paradigmáticas que rigen para el escenario científico actual. En las nuevas propuestas paradigmáticas, por ejemplo, la preeminencia indeterminista ha ido tomado su espacio natural. Dentro de este indeterminismo se asoma, no como imposición pero sí como propuesta, una opción generalizadora, donde cada uno de los saberes que tienen algo que aportar acerca del abordaje de los fenómenos humanos que estudian, lo hagan. En suma, concluye Foucault:
...”Por lo tanto, no es la irreductibilidad del hombre lo que se designa como su invencible trascendencia, ni aún su gran complejidad lo que les impide convertirse en objeto de la ciencia. La cultura occidental ha constituido, con frecuencia, bajo el nombre de hombre, un ser que, por un sólo y único juego de razones, debe ser dominio positivo del saber y no puede ser objeto de ciencia.”(20)
NOTAS1.- MUÑIZ, R. Vicente: Introducción a la Filosofía del Lenguaje II, Barcelona, Editorial Anthropos,1992, p. 39
2.- Representación: lo que representa algo, la cosa, el objeto, el sujeto “...síntesis del sujeto y el objeto en una consciencia (...) lo representado o cuerpo y lo representativo lo del espíritu (pensamiento, afecto, voluntad”. CUVILLIER A. Filosofía, 1961, p.185.
3.- FOUCAULT, Michel: Las Palabras y las Cosas, México, Editorial Siglo XXI, 1978, p. 84.
4.- “...Hermenéutica al conjunto de conocimientos y técnicas que permiten que los signos hablen y nos descubran sus sentidos”. FOUCAULT, Michel. p.39.
5.- Ibídem, p.45.
6.- Michel FOUCAULT, utiliza en este contexto la palabra episteme, como lo señala Alejandro Moreno “...para denotar las reglas generales o presuposiciones epistémicas inconscientes que rigen el discurso general de la cultura en un período histórico determinado, reglas que insensiblemente cambian con el tiempo”. El Aro y la Trama, 1993, p.p. 32-33. Para Edgardo Castro Episteme son “...todos los saberes pertenecientes a una misma época”, en Pensar a Foucault, 1995, p.43.
7.- Ibídem, p.325.
8.- CASTRO, Edgardo: Pensar a Foucault, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1995, p. 84
9.- - Ibídem, p.337.
10.- La ciencia de la época clásica, es la ciencia del orden y su episteme en relación a ese orden. Las relaciones simples de la naturaleza estaban regidas por las Mathesis y las complejas por la taxinomia (signos). “...La Mathesis es la ciencia de las igualdades y, por ello, de las atribuciones y de los juicios, es la ciencia de la verdad”. Y la Taxinomia “...es la ciencia de las articulaciones y de las clases; es el saber acerca de los seres”. FOUCAULT, Michel: ob. cit, p.p. 77-80.
11.- Ibídem, p.340.
12.-“...Lo que define, para Foucault, las ciencias humanas es este espacio intermedio entre las ciencias empíricas y la analítica de la finitud en el cual ellas, las ciencias humanas, hacen pasar por el elemento de la representabilidad los objetos de las ciencias empíricas, el lenguaje, la vida y el trabajo y, al mismo tiempo, refieren lo empírico de las ciencias empíricas a lo que las hace posible en lo analítico de la finitud” en Edgardo CASTRO, ob. cit, p.121.
13.- FOUCAULT, Michel: ob. cit, p.341.
14.- Ibídem, p.343.
15.- Ibídem, p.347.
16.- Ibídem, p.353.
17.- Idem
18.- Ibídem, p.347.
19.- Ibídem, p.355.
20.- Ibídem, p.356. LAS PALABRAS DE FOUCAULT
AUTORA. Dra. Raiza N. Jiménez
Profesora Universitaria: Titular
Como referencia podemos hacer mención de Demócrito quien fue uno de los primeros en señalar los diferentes sentidos que se le pueden otorgar a las palabras. Este notable filósofo llamó la atención ante el hecho de que una idea puede ser expresada por signos variados.
Con Aristóteles devino el desarrollo de una semántica que otorga un significado primario a las palabras. Así mismo, introduce la clasificación de las categorías con sentido propio y por asociación a los primeros significados.
Platón, por su parte, intenta ofrecer una explicación sobre la base de la existencia de palabras que designan cosas, pero también, aquellas que designan a los sujetos en la oración. Para este filósofo, además, los juicios que se hagan tienen que tener un referencial.
Estos juicios se corresponden con algo. Precisamente, es esta conjetura el punto de partida para su dialéctica entre lo real y lo ideal. En su Crátilo adversa el origen del significado, creando dos posiciones encontradas:
a) El naturalismo que defiende la fónica o sonido de las palabras como representación de los objetos, la Onomatopeya, en ese caso, y
b) El convencionalismo el cual sostiene que el lenguaje ocupa el lugar de los objetos y los define según postulados o convenciones creadas por los hombres.
En esta perspectiva el naturalismo y el convencionalismo son dos posturas que se complementan (realidad y habla). De allí, que se diga que: “a todo Ser le corresponde su logo y a todo logo su Ser” (1) En otras palabras, a toda palabra le corresponde su objeto y a todo objeto su palabra.
A lo largo de la historia, surgen otras visiones respecto a las significaciones. Por ejemplo, en la Edad Media se establece una relación entre la lógica y gramática. Ahora bien, desde esta óptica las palabras suponían una apelación o concepto mental. Las palabras tomaban el lugar de las cosas, las representaban en ideas. Posteriormente, se sumó a esta dinámica la elaboración de una referencia concreta respecto a las palabras.
A mediados del siglo XIX, deviene la obra de Breal cuyo énfasis fue puesto en la semántica. Esta postura se mantuvo por largo tiempo.
Sin embargo, la Modernidad trajo consigo el avance del área lingüística, desde donde, además, de seguirse con la trayectoria demarcada por la gramática tradicional, se atienden a partir de las vinculaciones del lenguaje con la psicología, sociología, antropología, filosofía, y lingüística, cuestiones referidas al orden de los signos, la lengua y el binomio significado- significante. Por otra parte, se utiliza la fundamentación lingüística para abordar aspectos relacionados con los asuntos del habla. Toda la problemática clínica del inconsciente es abordada y contemplada desde el lenguaje. En consecuencia, el lenguaje penetra todas las hendiduras del saber contemporáneo.
En el marco de estas propuestas los estudios realizados por B. Whorf, han sentado la pauta en el establecimiento de las relaciones entre lenguaje y conducta, lenguaje y pensamiento y, por último, la búsqueda del sentido.
Se establece y se entiende así, que el lenguaje no es un objeto natural, sino el producto o resultado de un proceso de invención que una vez creado o producido, se ofrece como signo de reordenamiento para quien lo crea o elabora y es adoptado por los otros con quienes se comparte o interacciona.
Cabe mencionar, por otro lado, que este despertar alrededor del lenguaje ha permitido a su vez, volver el pensamiento y la atención hacia autores que otrora estuvieron preocupados y ocupados en esta temática, entre ellos Nietzsche, Hegel, Heiddegger y, especialmente, Michel Foucault, a quien abordaremos a partir de una de sus obras.
Michel Foucault en Las Palabras y Las Cosas (1978) nos pasea por un circuito cronológico cuyo objetivo es ubicar las diferentes etapas evolutivas de los signos y del saber, hasta llegar a la sacralización de los mismos. En su planteamiento se recoge la idea de un hombre que es y se hace a través del lenguaje. La cultura donde ese hombre está inmerso está impregnada por signos que la alimentan y la determinan. Cada una de las cosas que rodea al hombre y todo lo que existe dentro y fuera de él tiene nombre y significado.
En concreto, aquello que constituye la cultura con la cual se identifica el hombre, es nombrado. Todo significa algo y ese algo se convierte en mediador entre sujeto y su mundo. Dentro de este marco referencial Foucault se expresa diciendo que: “...El lenguaje no tiene otro lugar que no sea la representación, (2). Y, agrega ... “ ni tiene valor a no ser en ella.”(3)
Vemos como la aplicación al contexto basta a menudo para advertir sí una palabra es significativa de una realidad o si la describe en su sentido. Como podemos apreciar, para Foucault, el mundo está constituido por signos. Son esos signos los que el mismo hombre tiene que traducir para poder conocer, para acceder al saber. Desde esta lógica de sentido, el hombre está sometido a la realización de un ejercicio constante de interpretación. Esta práctica comienza por las palabras las cuales tiene que llegar a descifrar para capturaras lo que ellas quieren decir. A criterio de Foucault, lo que el hombre realiza es una tarea de reproducción del saber más que de producción. En este sentido, a la vista del desarrollo histórico del hombre y sus signos, el proceso de descifraje es constante.
Cierto es, que dicho proceso se evidencia de igual forma al tener que buscar el significado implícito en un texto, al realizar un análisis psicológico o al acometer la lectura de un libro o el texto de una historia de vida. De hecho, es una búsqueda continua la que inicia todo aquel que quiera saber lo que dicen los signos, lo que denotan los significantes. Ciertamente, lo que realmente se plantea es una labor hermenéutica (4)
Entendiéndose por tal, el proceso mediante el cual se pueden descifrar los signos para buscar la semejanza en lo semejante. No obstante, también es cierto, que para poder interpretar hay que conocer las palabras y los contextos de uso. La lengua no es caprichosa, obedece a un orden de palabras y signos que representan las cosas mediante las cuales el mundo está conformado y estructurado. Esa es la importancia capital del lenguaje.
El lenguaje encierra en su estructura al mundo y al sujeto (en él y con él). Su papel es doble, por ser doble la perspectiva el uno se hace en el otro y viceversa. A manera de orientación se toma esta expresión de Foucault, en la cual señala que. “...las lenguas tienen en el mundo una relación de analogía más que de significación; o mejor dicho, su valor de signo y su función de duplicación se superponen hablan del cielo y de la tierra de los que son imagen; reproducen.5) Esto explica una forma analógica de proyección. También recoge la idea del descifraje simbólico que sirve al sujeto para referirse al mundo y a los objetos, proyectando en ellos su impresión o estableciendo vínculos de contigüidad en una suerte de proceso subjetivo-objetivo u objetivo-subjetivo.
Desde este punto de vista ontológico y axiológico (Ser y valor) se advierte la constante dualidad de la dinámica implicada, al intentar deslindar este proceso. En suma, se podría resumir, siempre con temor de caer en reduccionismos, que este proceso representa la eterna disputa entre la representación y la verdad del lenguaje. La representación y lo representado.
Sin embargo, la tendencia más marcada del siglo XIX, se ubica en la búsqueda de representatividad de la actividad discursiva. La nueva episteme gira en torno a considerar al lenguaje como objeto a descifrar y a ser leído. La interpretación se formaliza vertida en una secuencia que busca la literalidad del lenguaje y otra que intenta la supresión de todo aquello que no es posible decir sin violentar la objetividad. Así, entonces, el análisis se mueve en dos vías interpretar y formalizar.
Conviene precisar que en este contexto que la episteme (6) moderna está guiada por lo impensado y lo reprimido. Por la representación de un hombre que es lo Otro, otro que no conoce, pero que es él mismo. Ese hombre es historia, lenguaje, saber, indeterminación, infinitud y finitud, goce-dolor, en fin, polaridad. Es justamente, esta doble condición la que le plantea al ser humano un problema en lo tocante a Ser y saberse allí. De allí que, el sujeto de la creencia puede ser el mismo que el del saber, pero antes, debe saber que cree en él mismo. En un despliegue discursivo, que quizá sirva para ahondar en el tema Foucault destaca que:
...En esta tarea infinita de pensar el origen lo mas cerca y lo más lejos de sí, el pensamiento descubre que el hombre no es contemporáneo de aquello que lo hace ser -o de aquello a partir de lo cual es- sino que está preso en el interior de un poder que lo dispersa, lo retira lejos de su propio origen, pero allí le promete en una inminencia que quizás siempre sea hurtada; ahora bien, este poder no le es extraño; no se asienta lejos de él en la serenidad de los orígenes eternos y recomenzados sin cesar, pues entonces el origen será efectivamente dado este poder es aquel de su propio ser.(7)
Y es que para Foucault el hombre moderno ha pasado del deseo literal de la representación de las cosas, al anhelo. El anhelo de que se le permita comprender y creer que es autónomo en sus interpretaciones y su quehacer. El hombre tiene la necesidad de sentir que puede hacer a voluntad. Acá se introduce un aspecto comprometedor como lo es la voluntad, pero, además, surge la contingencia de que aunque el hombre tenga que buscar en las palabras las representaciones de las cosas, pueda al mismo tiempo, analizarse a sí mismo, desde el interior del lenguaje y se sitúe al interior del discurso; con todas las implicaciones objetivas y subjetivas que este acto implica.
Es esta condición justamente, la que conduce a Foucault a plantearse una muy particular forma de episteme. En efecto, él se plantea que la episteme que rige para la modernidad es única y cerrada. Más aún, Foucault piensa que la episteme es propia del momento, por tanto, señala que: ... “En una cultura en un momento dado, nunca hay más que una sola épistémé, que define las condiciones de posibilidad de todo saber: Sea el que se manifiesta en una teoría o aquel que está silenciosamente envuelto en una práctica.” (8)
La episteme es una para todos los saberes de un periodo determinado y de una cultura determinada. Desde esta postura y a objeto de desentrañar tal saber, Foucault se plantea un ordenamiento de las ciencias en tres vertientes, a saber: las matemáticas (deductivas), el lenguaje (relaciones causales) y las filosóficas (el pensarse). Desde estas tres dimensiones, pero en creciente apertura, se ubican las ciencias humanas. Estas ciencias están incluidas dentro de los saberes antes mencionados. En esta suerte de imbricación, estas ciencias, terminan siendo beneficiadas, por cuanto, en esa unión potencian sus posibilidades de evolución. No deja de reconocer Foucault, sin embargo, que esta situación pueda ser, a su vez, una de las desventajas, más visibles, que confrontan las ciencias humanas.
En la cita siguiente queda plasmada la intención de ese sentir, veamos que dice al respecto:
... ”Quizá es esta repartición nebulosa en un espacio de tres dimensiones lo que hace que las ciencias humanas sean tal difíciles de situar, lo que le da su irreductible precariedad a su localización en el dominio epistemológico y lo que las hace aparecer a la vez como peligrosas y en peligro.”(9)Piensa, asimismo, Foucault que las ciencias humanas en el intento de buscar su independencia como área del saber con régimen propio, se han ido alejando de la Mathesis (10), y en ese separarse, el sujeto de estudio, el hombre, se ha ido deshumanizando y se ha tornado, a sí mismo, en un objeto del saber. En este proceso el hombre se comporta como una extensión de sí mismo, acción espejo, en tal desdoblamiento adviene su propia alienación como Ser. Todo lo ve fuera de él, más grave aún, percibe de esta forma a todo aquello que el mismo es capaz de crear.
Tal fenómeno lo ha convertido en un sujeto sujetado, en alguien que no es capaz de mirarse desde su sí mismo, pero sí de convertirse en objeto de observación. A criterio de Foucault...”es el enrollamiento sobre sí mismo, del trabajo, de la vida y del lenguaje lo que prescribió, desde el exterior, la aparición de este nuevo dominio” (11) que se ha llamado ciencias humanas. (12)
Por consiguiente, la particularidad de ser llamadas las ciencias del hombre, le viene dado precisamente, porque introduce desde su origen la semblanza un ser empírico - trascendente, cuyo pensamiento es una mezcla de consciencia e inconsciencia, de vida y muerte. Ante esta contingencia de ser objeto y sujeto de las ciencias humanas, el hombre, el sujeto, se adhiere y adquiere un signo operativo de su especificidad humana. Tal condición lo imposibilita para intentar una separación o para negar su esencia humana, sin que tal negación signifique dejar de ser.
Se podría decir que cualquier negación de esta condición o realidad devendría en la muerte del sujeto. Por eso, al ser el sujeto, el objeto de estas ciencias se convierte, asimismo, en un ser que vive, habla, trabaja, produce, se mueve, se motiva, sufre y, en todo caso, es finito. “...Por último, dado que tiene lenguaje, puede constituirse todo un universo simbólico en el interior del cual tiene relación con su pasado, con las cosas, con otro, a partir del cual puede construir también algo así como un saber.” (13
De hecho, estas ciencias toman como punto de partida el conocimiento que el sujeto posee acerca de si mismo, de quién es. Partiendo de allí, se crean las múltiples interpretaciones que pretenden corporizarlo y calzarlo en; alterando en muchos casos y a consecuencia de tal práctica, su especificidad humana.
En cuanto, a las ciencias humanas, dejemos que sea el mismo Foucault, quien en su verbo puntualice lo siguiente:“...son un análisis que se extiende entre aquello que el hombre es en su positividad (ser vivo, parlante, trabajador) y aquello que permite a este mismo saber (o tratar de saber) lo que es la vida, en qué consiste la esencia del trabajo y sus leyes de que manera puede hablar.” (14)
De esta manera, las ciencias humanas, apoyan su positividad partiendo transferencialmente de tres formas de operatividad:
a) para tener una estructura o basamento,
b) para ser entendida como saber científico y
c) para ser legitimada como las otras ciencias.
Todo esto, con la finalidad de ostentar su propio espacio epistemológico, para lo cual, se mueve en dos tendencias,
1) tomando prestados algunos términos propios de otras áreas del conocimiento de índole solamente imaginativo en cuanto a su operatividad y
2) asumiendo una serie de procesos o categorías, que formalizan la utilización de objetos de su saber, los cuales son ut5ilizados para el análisis de los fenómenos de las ciencias humanas.
Otras herramientas son tomadas de la biología, economía y semiología. Por cierto, estas tres áreas de conocimiento facilitan a las ciencias humanas, los procesos técnicos que definen su quehacer científico en el marco de su especificidad y en todo lo referente al ser humano.
Desde allí, como lo indica Foucault “...estas tres parejas de la función, de la norma, del conflicto, de la regla, de la significación y del sistema, cubren sin residuos todo el dominio del conocimiento del hombre” (15)
Es aun más contundente Foucault, cuando piensa que todo el modelo de ciencias humanas, desde el siglo XIX, se apoya en los dominios del positivismo guiado por Comte, Marx y Freud (buscando el sentido oculto); Goldstein, Mauss y Dumezil (lo patológico y lo social), Durkheim (el ruido, lo patológico social); Levy - Bhrul y Blondel (las creencias morbosas).
En el caso de Freud, como se sabe, fue uno de los precursores de lo inconsciente y lo consciente, respecto al modelo representacional del hombre. Tales descubrimientos nacen a la luz del conocimiento filosófico y lingüístico y, algunos de los argumentos que sirvieron de base a este autor, se mantienen vigentes. Con Freíd, las ciencias humanas demarcan la época de la significación de lo inconsciente. Este material inconsciente es traído, a través de la relación transferencial y contratransferencial, a los niveles conscientes para ser representado por medio del lenguaje, de la palabra. Por tanto, “...las ciencias humanas no hablan más que del elemento de lo representable, pero de acuerdo con una dimensión consciente - inconsciente” (16), donde de ninguna forma se compromete la representación, en tanto que campo consciente de lo humano y, a partir de lo cual, es posible el saber humano.
Esta problemática, piensa Foucault, alude al surgimiento de dos críticas, a saber: a) una histórica que nos habla de una ciencia humana que no ha podido deslindar su representatividad como saber. Por cuanto, desde que el hombre apareció como objeto de la episteme, la filosofía clásica ha servido de asidero para explicar, en el ámbito de las ciencias humanas, la representación, b) la circunscripción de la representación a lo consciente o inconsciente, lleva a estas ciencias a abordar al objeto o aquello que sólo tiene posibilidad de serlo, en una constante movilidad transcendental que concluyen en una práctica reanudativa crítica.
Como bien lo acota Foucault, las ciencias humanas “...van de aquello que se da a la representación a aquello que las hace posible, pero que todavía es una representación.” (17) Queda siempre infiltrada e introducida la sospecha acerca de la veracidad o no, entre lo real y lo representado como tal.
Así, lo inconsciente, es decir, lo no develado, se presenta como parte coexistente de la propia inmanencia de las ciencias humanas. Este paradójico, rasgo forma parte de su esencialidad. Con las ciencias humanas y la episteme se ha de tener claro, que no es el objeto de estudio, en este caso, el hombre, lo que convierte a las ciencias humanas en ciencias, es en todo caso la episteme la que las instaura y les permite hacer del hombre su objeto.
Para Foucault la compenetración de las ciencias humanas, con otras ciencias como la biología, economía y filosofía, es sólo una relación de acercamiento circunstancial, debido solamente, a que estas se ocupan del estudio del lenguaje, la vida biológica y el trabajo. Por lo tanto, sería un error intentar dimensionarlas. Estas áreas abordan al objeto (hombre) de manera puramente formal; en cambio las ciencias humanas trabajan con conductas, comportamientos, vivencias, lenguaje y producción. De hecho, lo hacen de manera distinta a como lo hacen las otras ciencias de corte fisicalista. Frente a esta prescripción se comprende que las diversas áreas humanas, del saber se vinculan, inexorablemente, entre sí. Sobre esta sujeción Foucault llama la atención al respecto cuando señala que:
“... Todas las ciencias humanas se entrecruzan y pueden interpretarse siempre mas a otras, sus fronteras se borran, las disciplinas intermediarias y mixtas se multiplican indefinitivamente y su objeto propio acaba por disolverse.”(18)
Al mismo tiempo, advierte Foucault que se debe tener cuidado con la designación ciencias del hombre, todas lo son y todas forman parte de la episteme moderna, lo que si no se puede decir, sin correr el riesgo de atar o enraizar al hombre, es que estas ciencias forman parte del campo epistemológico. Y, esto es así, porque no toda configuración epistemológica es ciencia. Las ciencias humanas y, esto debe quedar claro, no son ciencias, son “...otras configuraciones del saber.” (19)
Se podría decir, además, que las ciencias humanas han permanecido en vecindad transferencial con otras ciencias y de ellas han tomado modelos operativos y concepciones básicas. Ciertamente, la connaturalidad con otras áreas del saber hace más difícil la circunscripción de los fenómenos humanos, sin embargo, a nuestro parecer es esa misma posibilidad de complementarse lo que le otorga la riqueza y la posibilidad indeterminada de expansión. Desde ese punto de vista, la realidad de las ciencias humanas y su objeto de estudio, es una muy particular. Es decir, que al hablar de una episteme o también de un paradigma establecido, estructurado, calzando al hombre, no es, hoy día, pertinente o apropiado y, menos aún, si se toman en cuenta las nuevas tendencias paradigmáticas que rigen para el escenario científico actual. En las nuevas propuestas paradigmáticas, por ejemplo, la preeminencia indeterminista ha ido tomado su espacio natural. Dentro de este indeterminismo se asoma, no como imposición pero sí como propuesta, una opción generalizadora, donde cada uno de los saberes que tienen algo que aportar acerca del abordaje de los fenómenos humanos que estudian, lo hagan. En suma, concluye Foucault:
...”Por lo tanto, no es la irreductibilidad del hombre lo que se designa como su invencible trascendencia, ni aún su gran complejidad lo que les impide convertirse en objeto de la ciencia. La cultura occidental ha constituido, con frecuencia, bajo el nombre de hombre, un ser que, por un sólo y único juego de razones, debe ser dominio positivo del saber y no puede ser objeto de ciencia.”(20)
NOTAS1.- MUÑIZ, R. Vicente: Introducción a la Filosofía del Lenguaje II, Barcelona, Editorial Anthropos,1992, p. 39
2.- Representación: lo que representa algo, la cosa, el objeto, el sujeto “...síntesis del sujeto y el objeto en una consciencia (...) lo representado o cuerpo y lo representativo lo del espíritu (pensamiento, afecto, voluntad”. CUVILLIER A. Filosofía, 1961, p.185.
3.- FOUCAULT, Michel: Las Palabras y las Cosas, México, Editorial Siglo XXI, 1978, p. 84.
4.- “...Hermenéutica al conjunto de conocimientos y técnicas que permiten que los signos hablen y nos descubran sus sentidos”. FOUCAULT, Michel. p.39.
5.- Ibídem, p.45.
6.- Michel FOUCAULT, utiliza en este contexto la palabra episteme, como lo señala Alejandro Moreno “...para denotar las reglas generales o presuposiciones epistémicas inconscientes que rigen el discurso general de la cultura en un período histórico determinado, reglas que insensiblemente cambian con el tiempo”. El Aro y la Trama, 1993, p.p. 32-33. Para Edgardo Castro Episteme son “...todos los saberes pertenecientes a una misma época”, en Pensar a Foucault, 1995, p.43.
7.- Ibídem, p.325.
8.- CASTRO, Edgardo: Pensar a Foucault, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1995, p. 84
9.- - Ibídem, p.337.
10.- La ciencia de la época clásica, es la ciencia del orden y su episteme en relación a ese orden. Las relaciones simples de la naturaleza estaban regidas por las Mathesis y las complejas por la taxinomia (signos). “...La Mathesis es la ciencia de las igualdades y, por ello, de las atribuciones y de los juicios, es la ciencia de la verdad”. Y la Taxinomia “...es la ciencia de las articulaciones y de las clases; es el saber acerca de los seres”. FOUCAULT, Michel: ob. cit, p.p. 77-80.
11.- Ibídem, p.340.
12.-“...Lo que define, para Foucault, las ciencias humanas es este espacio intermedio entre las ciencias empíricas y la analítica de la finitud en el cual ellas, las ciencias humanas, hacen pasar por el elemento de la representabilidad los objetos de las ciencias empíricas, el lenguaje, la vida y el trabajo y, al mismo tiempo, refieren lo empírico de las ciencias empíricas a lo que las hace posible en lo analítico de la finitud” en Edgardo CASTRO, ob. cit, p.121.
13.- FOUCAULT, Michel: ob. cit, p.341.
14.- Ibídem, p.343.
15.- Ibídem, p.347.
16.- Ibídem, p.353.
17.- Idem
18.- Ibídem, p.347.
19.- Ibídem, p.355.
20.- Ibídem, p.356. LAS PALABRAS DE FOUCAULT
AUTORA. Dra. Raiza N. Jiménez
Profesora Universitaria: Titular