LA GORRA ORIGINAL TIENE 7 ESTRELLAS Y EL ESCUDO CON CABALLO QUE CORRE HACIA ADELANTE Y MIRA HACIA ATRÁS, PARA VER AL ENEMIGO.
Por:
Raiza N. Jiménez
“…Quien
de una cosa sólo conoce su propia versión sabe poco de esa cosa. Sus razones
tal vez sean buenas, y aun puede que no haya habido nadie capaz de refutarle.
Pero si él es igualmente incapaz de refutar las razones de quien le contradice
al respecto, y si no hace cuanto pueda por conocer si son válidas o no, no tiene ningún fundamento para
preferir una de las dos opiniones.” J Stuart Mill (La Libertad del Individuo)
Entre
obedientes y desobedientes.-
Los
grandes avances de la
humanidad y del hombre, per se, son el resultado de la emancipación,
desobediencia, independencia,
creatividad y férrea voluntad al decidir su camino o rumbo. Todos los
intentos por oscurecer o amarrar la voluntad de los hombres -que han probado el
elixir de la libertad- son ejercicios que han terminado mal. En muchos casos, las
revueltas, protestas y hasta guerras, devienen de episodios donde la muerte, en
sus diferentes facetas y como única opción, entra a formar parte de los
resultados disponibles, cuando se han intentado estrangular los deseos o aspiraciones
libertarias del hombre común. Un hombre sin libertad, siempre, si aún le queda
algo de su sano juicio, intentará emanciparse o liberarse del yugo que lo
oprime.
De
allí que, en sí misma, la
propia desobediencia se antoja una reafirmación ante los actos de provocación
de quien ostenta el poder y se cree omnímodo para aplicarlo sobre unos otros
que, se han convertido en mascotas de su rebaño. Los rastros dejados en el
trillar de los humanos, a través de las eras, nos llevan a buscar el hilo
conductor en los mitos. Uno
de ellos, el mito de Adán y Eva, por ejemplo, pasa a representar el más
grande suceso de
desobediencia que ha marcado la vida religiosa occidental. Así, antes que un Paraíso, prefiero hacer uso de mi
voluntad y ejercer mi derecho de ser lo que soy, aunque con ello, me haga
acreedor de un ostracismo avisado y planificado por Dios. Otro mito, es el de
Prometeo de quien se cita la siguiente frase: “…Prefiero
estar encadenado a esta roca, antes que ser siervo obediente de los dioses”. Todo, hasta
acá, queda claro y ni los dioses se salvan a la hora de decidir si se prefiere
la libertad o la condena.
En
todo esto, el impulso innato del hombre a oponerse al poder que lo subyuga, se
visualiza, además, en la capacidad de rebelarse,
de hacer oposición a órdenes que vienen desde afuera y, que cercenan el libre albedrío y comprometen la
independencia a la que tienen derecho los seres humanos de manera particular y
en su sano juicio.
Ante
esta diatriba estoy segura que el hombre internamente se pregunta: ¿A
quién obedecen los dioses?
¿Por qué tengo que hacerlo yo? ¿Cuándo se me consultó si quería esto o aquello?
Ahora
bien, al parecer tenemos una noción, más o menos clara, de lo que
significa ser libre y autónomo, sin embargo, casi todos los intentos de
desobediencia son desalentados, creando de esa forma borregos que responderán
afirmativamente, ante los deseos o aspiración de esos otros que se presentan
vestidos de amos. Personajes que, ejercen presión sobre la voluntad de decidir de
los sujetos que, de forma autónoma y en libertad, asumen su existencia y
rechazan ser sometidos.
Los
métodos para lograr esta sumisión van desde la persuasión hasta el
amedrentamiento, la tortura y, algunas veces, hasta la muerte. La historia de
la humanidad está repleta de ejemplos palmarios.
Me referiré, específicamente, a este aspecto,
con una cita del escritor, psicoanalista,
psicólogo social y filósofo humanista de origen judío alemán, Erich Fromm,
quien asertivamente, señala: ”… Sí un hombre sólo puede obedecer y no
desobedecer, es un esclavo”.
Ciertamente,
si un sujeto está siendo preso y conducido por otra voluntad, diferente a la
suya, queda trasformado en figurilla o esclavo de ese otro y su autonomía se
convierte en una ficción.
Es un sujeto sujetado por un otro u otros. Rémora de hombre libre y títere en
las manos de quien mueve sus hilos.
A
partir de acá, es importante introducir un punto explicativo, para poder ver
más claramente todo el enjambre que se teje en torno a la obediencia y su
dialéctica amo - esclavo.
Así, someterse, es un acto de sumisión o
abdicación de la voluntad, que aborda la entrega de su emocionalidad, su
racionalidad, su fuerza y su cuerpo. Pero, cuando no se obedece a las creencias
o razonamientos de los otros o cuando el ser humano es capaz de desobedecer con
conciencia, se reafirma su autonomía. Se percibe, así mismo, como un ser único, autónomo y libre.
Por
lo tanto, el resultado esperado sería enfrentarnos a un sujeto que pondera
su independencia y se sabe dueño de su voluntad o por lo contrario, a un sujeto que ha entregado
su poder y camina bajo el mandato de un otro.
Un
ejemplo clásico lo tuvimos con la
prohibición expresa de la gorra tricolor de Capriles, que a partir de la
respuesta del candidato ante el árbitro nacional, esta gorra hasta ahora, había sido
imperceptible y de uso común. Pero, a partir de su censura, se convirtió en la manzana de la
discordia y en objeto del desencuentro con el árbitro nacional.
En
nuestro caso, fue el CNE, organismo que a su vez ejerce la representación
del cuerpo gubernamental y que en cuestiones electorales, nos rige a todos los
venezolanos. Sin embargo, su autoridad es a toda vista sesgada, por cuanto, sus
directivos pertenecen a la tolda opositora, es decir al gobierno de
turno.
Pero,
por otro lado, esa misma gorrita, también se objetivizó, en las manos del nuevo
líder y en las de sus seguidores, convirtiéndose en un símbolo que, concentraba
toda una carga emocional que movía simbólicamente a estas voluntades
por el sendero de la libertad. De esta forma, esa pequeña, pero
emblemática prenda de vestir, se
revistió de un poder inconmensurable, para llegar a ser la “gorra de todos”.
Ahora
bien, en este pulseado caso, las autoridades se pronunciaron y prohibieron su
uso, con resultados inesperados: la total e insólita desobediencia de los simpatizantes
de la tolda opositora, representada en la figura de Henrique Capriles, para el
momento, candidato a la presidencia de la República. De hecho, cada uno de los
opositores utilizaba su gorra como muestra de valor y de orgullo.
Es
decir que, al margen de lo que podríamos calificar como un acto desmedido de la
autoridad electoral, el intento de conminar al candidato de la oposición a no
usar la gorra tricolor en campaña, los puso en evidencia en términos de
parcialidad política y favoritismo. Este conato, para limitar la utilización de una
prenda de vestir y de uso común, por el hecho de llevar los colores patrios,
derivó en resultados contrarios a los pretendidos por la autoridad.
La
respuesta no se hizo esperar y en posesión de su conciencia -como espejo- el
candidato de la oposición declinó tal orden y en plena actitud de desobediencia
civil consciente, se negó a obedecer una orden que, a todas luces
era un exabrupto del poder, de un poder cuya independencia estaba subvertida al jefe de Estado - el que
quita y pone sus piezas como en un tablero de ajedrez - máximo árbitro de la
contienda electoral.
El desafío quedó sobre la mesa y la
desobediencia tomó cuerpo en la voz recia y firme del nuevo líder que, se
hizo voz actuante ante sus seguidores. Así, en un grito de sensatez y de
justicia, se asumió que la gorra tricolor es su
gorra y es “la gorra de todos”.
Debemos
acotar que, en esta manifiesta conducta Capriles se catapultó como; un ser
humano valiente, arriesgado, de ideas claras y consecuente con sus criterios.
De hecho, este incidente fue para Capriles una gran prueba que estuvo
monitoreada por el poder electoral -como mampuesto de uno superior- y, por lo
otros, por todos sus seguidores que, esperábamos una señal indubitable de
arrojo y responsabilidad, para continuar en una lucha, que como él mismo lo había señalado
innumerables veces, representa la lucha de “David contra Goliat”
Para
nadie es un secreto, cómo terminó este escarceo y, mucho menos, que la gran
mayoría siente admiración por este tipo de gesta emancipadora, donde los más
desposeídos se arriesgan en un cuadrilátero de jueces corruptos y de trampas
ostensiblemente visibles. Hoy la balanza tiene el peso fijo para un solo
lado y, sus pesas son rojas.
Todo
ello nos lleva a afirmar que, es
necesario mostrar un arraigo muy fuerte en la autodeterminación y haberse hecho
uno con la libertad, para tener los bríos de mandar bien largo, a aquellos que
pretenden - desde sus posturas de poder - engullirse el pensamiento y la acción
de sus congéneres.
Eso
hizo el Capriles de aquel entonces, que con la risible imposición, puso de lado
la obediencia -que es hija del temor y la esclavitud- y siguió su camino hacia
la libertad. En este punto debemos señalar que, la libertad y la desobediencia
constituyen un binomio inseparable en la que se fundamentan los posibles actos
de reafirmación y conocimiento de sí mismo, con relación a los otros.
Sobre todo, respecto a esos otros que sí, son obedientes, sumisos y con miedo a
mostrarse diferentes a lo que les ordenan cómo deben ser.
Por
otra parte, quedó claro que Capriles envió un mensaje contundente y preciso a las autoridades al decir “yo me quito la gorra cuando el
árbitro -el otro candidato- se quite la boina.”
En
esta corta, pero firme frase, se encierra la decisión de refirmar la libertad
ciudadana, en un país democrático, donde sus instituciones y funcionarios
comienzan a mostrar claros visos de autoritarismo.
Demás
está decir que, con esta conducta indubitable, Capriles se ganó enseguida el respeto de
algunos que dudaban de su talante libertario y, quienes acto seguido,
decidieron seguir a su nuevo líder por caminos empedrados, pero con la firme
disposición de sortear las vicisitudes que se presentarían; con férrea voluntad, libre disposición
y UNIÓN indisoluble.
De
esta manera, el árbitro quedó atrás con sus intentos que se hicieron letra
muerta y la gorra siguió su viaje en el autobús del futuro. Esta gorra, por
demás famosa, ahora cubre
el entendimiento de millones de seguidores que la usan como un símbolo de
unidad y en desafiante conducta hacia el poder
retador.
Conclusión
de esta dura etapa Sisifeana.-
Triste
de contar, pero la historia no perdona, la gorra y nuestros ímpetus libertarios
se quedaron en el mustio camino de la patraña política que, aún nos gobierna.
El momento del pronunciamiento llegó y el que ganó no habló y el que perdió
asumió. Las razones reposan en el silente, pero escandaloso espacio de las
URNAS.
En
este martirio de subsistencia y precariedad,
hemos estado sumidos los de la gorra tricolor de las siete estrellas y la
Madre,
Mujer, Rosalinda, Venezuela que está en la más absoluta desgracia y desamparo.
Sus hijos, los más jóvenes y aguerridos, que van dejado la vida regada por un
sueño truncado que, ni siquiera llegaron a conocer. Ellos, los más afortunados,
conocen la historia chiquita, pero acá estamos los más añejos, para contarles la otra Historia, la de los grandes sueños. Y
de paso, someternos al escrutinio de sus voces y que nos llamen lo que quieran,
por haber permitido a la canalla, entrar a nuestros hogares, para destrozarnos
la vida y el futuro de nuestra raza de héroes.
Tenemos
el deber de relatar el cuento de la gorra y su simbología. ¿Por qué? Porque
este controversial hecho, constituyó una manera de rescatar
simbólicamente, algo que se había
perdido en estos años de soliloquio, como ha sido el derecho a vestir, sentir y
estar en una actitud diferente a la que ha intentado imponer el omnipresente parcelado
rojo.
Así,
la gorra tricolor vino para quedarse; también su principal portador, un hombre
joven que al igual que el David de la antigua epopeya, está venciendo a Goliat
en esta lucha desigual y ha logrado, palmo a palmo, aventajar cada día a su cansado y añejo
contendor que cada vez luce menos apto para los infinitos años de
reconstrucción del país, que habría de asumir.
Nota:
Hago
un silencio ----------- en este espacio, para señalar, que esa gorra, símbolo
de nuestra indómita voluntad libertaria, ya no es la misma, también entró en la égida de la obediencia. Ahora, se nos presenta negra, blanca y vino tinto, con
ocho estrellas y un escudo, cuyo caballo, en vez de correr hacia adelante, en
busca de libertad, corre hacia atrás huyendo. Parece estar, como nosotros, esperando que alguien alce la bandera y diga
con fuerte grito: “Vuelvan Carajos”.
¡Por
favor, que alguien le grite al jinete de la gorra, que este pueblo pide
coherencia y valor!
No
todo está perdido, algo quedó impreso en este desigual forcejeo y es que no hay
vuelta atrás, ni tiempo para lamentos plañideros, la pelea es peleando y el
reto ha sido aceptado para vencer al Goliat -que se dice venezolano-. Así que,
muy a pesar de las confusas señales que envían los contendores de ambos lados,
la sangre guerrera que queda en pie, hoy hierve buscando su natural cauce y,
si, los conductores se quedan varados en el camino, hay muchos, con extensas ganas
de echarle bolas y ovarios y tomar las riendas, para volver al vientre de
nuestra querida patria Venezuela.
“Cuando
un pueblo unido decide caminar en pos de su libertad ni el mismo dios intentará imponerse para doblegar esa voluntad” Rnj/
No hay comentarios:
Publicar un comentario