miércoles, 24 de mayo de 2017

DE LOS ACTOS DE OBEDIENCIA & DESOBEDIENCIA .- (La gorra tricolor de Capriles Versus la gorra de todos y sus dobleces)


Resultado de imagen para gorra tricolo 7 estrellas viejo escudo

LA GORRA ORIGINAL TIENE  7 ESTRELLAS Y EL ESCUDO CON CABALLO QUE CORRE HACIA ADELANTE Y MIRA HACIA ATRÁS, PARA VER AL ENEMIGO.

Por: Raiza N. Jiménez

“…Quien de una cosa sólo conoce su propia versión sabe poco de esa cosa. Sus razones tal vez sean buenas, y aun puede que no haya habido nadie capaz de refutarle. Pero si él es igualmente incapaz de refutar las razones de quien le contradice al respecto, y si no hace cuanto pueda por conocer si son válidas o no,  no tiene ningún fundamento para preferir una de las dos opiniones.” J Stuart Mill  (La Libertad del Individuo)

Entre obedientes y desobedientes.-

Los grandes avances  de la humanidad y del hombre, per se, son el resultado de la emancipación, desobediencia, independencia,  creatividad y férrea voluntad al decidir su camino o rumbo. Todos los intentos por oscurecer o amarrar la voluntad de los hombres -que han probado el elixir de la libertad- son ejercicios que han  terminado mal. En muchos casos, las revueltas, protestas y hasta guerras, devienen de episodios donde la muerte, en sus diferentes facetas y como única opción, entra a formar parte de los resultados disponibles, cuando se han intentado estrangular los deseos o aspiraciones libertarias del hombre común. Un hombre sin libertad, siempre, si aún le queda algo de su sano juicio, intentará emanciparse o liberarse del yugo que lo oprime.

De allí que,  en sí misma, la propia desobediencia se antoja una reafirmación ante los actos de provocación de quien ostenta el poder y se cree omnímodo para aplicarlo sobre unos otros que, se han convertido en mascotas de su rebaño. Los rastros dejados en el trillar de los humanos, a través de las eras, nos llevan a buscar el hilo conductor  en los mitos. Uno de ellos, el mito de Adán y Eva, por ejemplo, pasa a representar el más grande  suceso de desobediencia que ha marcado la vida religiosa occidental. Así,  antes que un Paraíso, prefiero hacer uso de mi voluntad y ejercer mi derecho de ser lo que soy, aunque con ello, me haga acreedor de un ostracismo avisado y planificado por Dios. Otro mito, es el de Prometeo de quien se cita la siguiente frase: “…Prefiero estar encadenado a esta roca, antes que ser siervo obediente de los dioses. Todo, hasta acá, queda claro y  ni los dioses se salvan a la hora de decidir si se prefiere la libertad o la condena.

En todo esto, el impulso innato del hombre a oponerse al poder que lo subyuga, se visualiza, además, en la capacidad de  rebelarse, de hacer oposición a órdenes que vienen desde afuera y, que cercenan el  libre albedrío y comprometen la independencia a la que tienen derecho los seres humanos de manera particular y en su sano juicio.

Ante esta diatriba estoy segura que el hombre internamente se pregunta: ¿A quién  obedecen los dioses? ¿Por qué tengo que hacerlo yo? ¿Cuándo se me consultó si quería esto o aquello?

Ahora bien, al parecer tenemos una noción, más o menos clara, de lo que significa ser libre y autónomo, sin embargo, casi todos los intentos de desobediencia son desalentados, creando de esa forma borregos que responderán afirmativamente, ante los deseos o aspiración de esos otros que se presentan vestidos de amos. Personajes que, ejercen presión sobre la voluntad de decidir de los sujetos que, de forma autónoma y en libertad, asumen su existencia y rechazan ser sometidos.

Los métodos para lograr esta sumisión van desde la persuasión hasta el amedrentamiento, la tortura y, algunas veces, hasta la muerte. La historia de la humanidad está repleta de ejemplos palmarios.

Me referiré, específicamente, a este aspecto, con una cita del escritor, psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judío alemán, Erich  Fromm, quien asertivamente, señala: ”… Sí un hombre sólo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo”. 

Ciertamente, si un sujeto está siendo preso y conducido por otra voluntad, diferente a la suya, queda trasformado en figurilla o esclavo de ese otro y su autonomía se convierte  en una ficción. Es un sujeto sujetado por un otro u otros. Rémora de hombre libre y títere en las manos de quien mueve sus hilos.

A partir de acá, es importante introducir un punto explicativo, para poder ver más claramente todo el enjambre que se teje en torno a la obediencia y su dialéctica  amo - esclavo.

Así,  someterse, es un acto de sumisión o abdicación de la voluntad, que aborda la entrega de su emocionalidad, su racionalidad, su fuerza y su cuerpo. Pero, cuando no se obedece a las creencias o razonamientos de los otros o cuando el ser humano es capaz de desobedecer con conciencia, se reafirma su autonomía. Se percibe, así mismo, como un  ser único, autónomo y libre. 

Por lo tanto, el resultado esperado sería enfrentarnos a un sujeto que pondera su independencia y se sabe dueño de su voluntad o  por lo contrario, a un sujeto que ha entregado su poder y camina bajo el mandato de un otro.

Un ejemplo clásico lo tuvimos con la prohibición expresa de la gorra tricolor de Capriles, que a partir de la respuesta del candidato ante el árbitro nacional, esta gorra hasta  ahora,  había sido imperceptible y de uso común. Pero, a partir de su censura,  se convirtió en la manzana de la discordia y en objeto del desencuentro con el árbitro nacional.

En nuestro caso, fue el CNE, organismo que  a su vez ejerce la representación del cuerpo gubernamental y que en cuestiones electorales, nos rige a todos los venezolanos. Sin embargo, su autoridad es a toda vista sesgada, por cuanto, sus directivos  pertenecen a la tolda opositora, es decir al gobierno de turno. 

Pero, por otro lado, esa misma gorrita, también se objetivizó, en las manos del nuevo líder y en las de sus seguidores, convirtiéndose en un símbolo que, concentraba toda una carga  emocional que movía simbólicamente a estas voluntades por el sendero de la libertad. De esta forma, esa pequeña, pero emblemática prenda de vestir,  se revistió de un poder inconmensurable, para llegar a ser la “gorra de todos”.

Ahora bien, en este pulseado caso, las autoridades se pronunciaron y prohibieron su uso, con resultados inesperados: la total e insólita desobediencia de los simpatizantes de la tolda opositora, representada en la figura de Henrique Capriles, para el momento, candidato a la presidencia de la República. De hecho, cada uno de los opositores utilizaba su gorra como muestra de valor y de orgullo.

Es decir que, al margen de lo que podríamos calificar como un acto desmedido de la autoridad electoral, el intento de conminar al candidato de la oposición a no usar la gorra tricolor en campaña, los puso en evidencia en términos de parcialidad política y favoritismo. Este conato, para  limitar la utilización de una prenda de vestir y de uso común, por el hecho de llevar los colores patrios, derivó en resultados contrarios a los pretendidos por la autoridad.   

La respuesta no se hizo esperar y en posesión de su conciencia -como espejo- el candidato de la oposición declinó tal orden y en plena actitud de desobediencia civil consciente, se negó a obedecer una orden que, a todas luces era  un exabrupto del poder, de un poder cuya independencia estaba subvertida al jefe de Estado - el que quita y pone sus piezas como en un tablero de ajedrez - máximo árbitro de la contienda electoral.

 El desafío quedó sobre la mesa y la desobediencia tomó cuerpo en la voz recia y firme del nuevo líder que, se hizo voz actuante ante sus seguidores. Así, en un grito de sensatez y de justicia, se asumió que la gorra tricolor es su gorra y es “la gorra de todos”.

Debemos acotar que, en esta manifiesta conducta Capriles se catapultó como; un ser humano valiente, arriesgado, de ideas claras y consecuente con sus criterios. De hecho, este incidente fue para Capriles una gran prueba que estuvo monitoreada por el poder electoral -como mampuesto de uno superior- y, por lo otros, por todos sus seguidores que, esperábamos una señal indubitable de arrojo y responsabilidad, para continuar en una lucha,  que como él mismo lo había señalado innumerables veces, representa la lucha de “David contra Goliat”

Para nadie es un secreto, cómo terminó este escarceo y, mucho menos, que la gran mayoría siente admiración por este tipo de gesta emancipadora, donde los más desposeídos se arriesgan en un cuadrilátero de jueces corruptos y de trampas ostensiblemente visibles. Hoy la balanza tiene el peso fijo para un solo lado y, sus pesas son rojas.

Todo ello nos lleva a afirmar que,  es necesario mostrar un arraigo muy fuerte en la autodeterminación y haberse hecho uno con la libertad, para tener los bríos de mandar bien largo, a aquellos que pretenden - desde sus posturas de poder - engullirse el pensamiento y la acción de sus congéneres. 

Eso hizo el Capriles de aquel entonces, que con la risible imposición, puso de lado la obediencia -que es hija del temor y la esclavitud- y siguió su camino hacia la libertad. En este punto debemos señalar que, la libertad y la desobediencia constituyen un binomio inseparable en la que se fundamentan los posibles actos de reafirmación y conocimiento de sí mismo, con relación a los otros. Sobre todo, respecto a esos otros que sí, son obedientes, sumisos y con miedo a mostrarse diferentes a lo que les ordenan cómo deben ser.

Por otra parte, quedó claro que Capriles envió un mensaje contundente y  preciso a las autoridades al decir   “yo me quito la gorra cuando el árbitro -el otro candidato- se quite la boina.”

En esta corta, pero firme frase, se encierra la decisión de refirmar la libertad ciudadana, en un país democrático, donde sus instituciones y funcionarios comienzan a mostrar claros visos de autoritarismo.

Demás está decir que, con esta conducta indubitable, Capriles  se ganó enseguida el respeto de algunos que dudaban de su talante libertario y, quienes acto seguido, decidieron seguir a su nuevo líder por caminos empedrados, pero con la firme disposición de sortear las vicisitudes que se presentarían;  con férrea voluntad, libre disposición y UNIÓN indisoluble.

De esta manera, el árbitro quedó atrás con sus intentos que se hicieron letra muerta y la gorra siguió su viaje en el autobús del futuro. Esta gorra, por demás famosa,  ahora cubre el entendimiento de millones de seguidores que la usan como un símbolo de unidad y en desafiante conducta hacia el  poder retador.

Conclusión de esta dura etapa Sisifeana.-


Triste de contar, pero la historia no perdona, la gorra y nuestros ímpetus libertarios se quedaron en el mustio camino de la patraña política que, aún nos gobierna. El momento del pronunciamiento llegó y el que ganó no habló y el que perdió asumió. Las razones reposan en el silente, pero escandaloso espacio de las URNAS.

En este martirio de subsistencia y  precariedad, hemos estado sumidos los de la gorra tricolor de las siete estrellas y la
Madre, Mujer, Rosalinda, Venezuela que está en la más absoluta desgracia y desamparo. Sus hijos, los más jóvenes y aguerridos, que van dejado la vida regada por un sueño truncado que, ni siquiera llegaron a conocer. Ellos, los más afortunados, conocen la historia chiquita, pero acá estamos los más añejos, para contarles  la otra Historia, la de los grandes sueños. Y de paso, someternos al escrutinio de sus voces y que nos llamen lo que quieran, por haber permitido a la canalla, entrar a nuestros hogares, para destrozarnos la vida y el futuro de nuestra raza de héroes.  

Tenemos el deber de relatar el cuento de la gorra y su simbología. ¿Por qué? Porque este controversial hecho, constituyó una manera de rescatar simbólicamente,  algo que se había perdido en estos años de soliloquio, como ha sido el derecho a vestir, sentir y estar en una actitud diferente a la que ha intentado imponer el omnipresente parcelado rojo.

Así, la gorra tricolor vino para quedarse; también su principal portador, un hombre joven que al igual que el David de la antigua epopeya, está venciendo a Goliat en esta lucha desigual y ha logrado, palmo a palmo,  aventajar cada día a su cansado  y  añejo contendor que cada vez luce menos apto para los infinitos años de reconstrucción del país, que habría de asumir.

Nota:

Hago un silencio ----------- en este espacio, para señalar, que esa gorra, símbolo de nuestra indómita voluntad libertaria, ya no es la misma, también entró en la égida de la obediencia. Ahora, se nos presenta negra, blanca y vino tinto, con ocho estrellas y un escudo, cuyo caballo, en vez de correr hacia adelante, en busca de libertad, corre hacia atrás huyendo. Parece estar, como nosotros,  esperando que alguien alce la bandera y diga con fuerte grito: “Vuelvan Carajos”.

¡Por favor, que alguien le grite al jinete de la gorra, que este pueblo pide coherencia y valor!

No todo está perdido, algo quedó impreso en este desigual forcejeo y es que no hay vuelta atrás, ni tiempo para lamentos plañideros, la pelea es peleando y el reto ha sido aceptado para vencer al Goliat -que se dice venezolano-. Así que, muy a pesar de las confusas señales que envían los contendores de ambos lados, la sangre guerrera que queda en pie, hoy hierve buscando su natural cauce y, si, los conductores se quedan varados en el camino, hay muchos, con extensas ganas de echarle bolas y ovarios y tomar las riendas, para volver al vientre de nuestra querida patria Venezuela.
  
“Cuando un pueblo unido decide caminar en pos de su libertad ni el mismo dios intentará  imponerse para doblegar  esa voluntad” Rnj/

No hay comentarios:

Publicar un comentario