domingo, 30 de septiembre de 2012

EN TORNO A LA INCONDICIONALIDAD





LA INCONDICIONALIDAD: Una Barbarie.-

En el contexto de la Venezuela actual, la del Socialismo del Siglo XXI, la que hemos conocido estos últimos once años, el más inocente incidente parece arrancado de los anales de Ripley y sus insólitos relatos del llamado "Aunque Usted No Lo Crea".

Ciertamente, en el trastocado escenario que nos toca, en mala hora, contemplar, se impone en una suerte de doble acepción discursiva a saber: la individualidad demagógica que privilegia el discurso narcisista carente de un verdadero mensaje humanista que contemple la inclusión o interrelación del otro u otros. Sin embargo, asentado en la aspiración de exigir a los que convertidos en vasallos, voluntariamente enajenados por la magia del engaño, una incondicionalidad irrestricta, bajo la promesa de que obtendrán el Edén. Los otros, un poco más osados y, por ende, menos inocentes, llegan más lejos aún, esos prometen a sus ciegos seguidores, retornarles como por arte de magia, la extraviada identidad, esa que, al parecer, nos hurtaron hace siglos unos invasores que lograron convencer a unos vende Patria, a unos hermanos enguayucados o enchinchorrados y semidesnudos, que decidieron cambiar espejitos por oro.

Esta forma de actuar y de sentir, hija legítima de nuestro mal llamado Socialismo, se caracteriza por una conducta absolutamente coherente y congruente con los principios y antivalores que sustentan el flagelo de la CORRUPCION. Es así como, el CORRUPTO, invadiendo el espacio vital de ese otro que servirá a sus fines y propósitos, toma por asalto beneficios y prebendas en la creencia de que todo está allí por él y para él. En esta falsa pero certera convicción, se desliza por la vida, exigiendo que los demás, ESOS OTROS, llamados pueblo, existan y actúen sólo en función de hacer más plácida y confortable su ambición existencial.

Este atípico y antinatural comportamiento ha desbordado la frontera de lo que otrora se llamaba ideología, sobrepasando, los límites de aquello que el sentido común reconocía como libertad para elegir lo que desee en la vida que le es propia. Esta bizarra e impuesta forma de Ser y Estar, ha ido tomando cuerpo, está a la orden del día, se percibe, se huele, se vive en el hogar, en el trabajo. Ha contaminado todos los ámbitos del quehacer social, religioso, económico y hasta amoroso. Es decir, ha perturbado la posibilidad y trata de obligar al individuo a dejar de lado la alienación que se le quiere vender, para que de forma intravenosa se convierta en el motivo que justifique una alienación obligada. De allí pues, que la familia exige incondicionalidad para poder paliar sus miedos, los amigos no lo son si no la logran, los partidos la imponen, los jefes no se sienten tales si no se la arrancan, por aquello del techo y, lo que es peor aún, algunos grupos religiosos condena a los suplicios del infierno si no la reciben. En fin, todos quieren el botín de la incondicionalidad., como si esta fuera el Élan vital.

Sin lugar a dudas, todo se mueve en una dialéctica irracional que invita a pensar en el surgimiento de una nueva especie de esclavos intelectuales, cuyos cuerpos han crecido cronológicamente, dejando atrás unas mentes libres que ha sucumbido la poder del amo. Esta nueva especie de esclavos viven o sobreviven, sin sentir el sabor de las realizaciones que le son propias a los humanos que han crecido en LIBERTAD. Tal aberración, se entiende, por cuanto, esta clase de individuos se han convertido en lisiados emocionales. Por consiguiente, dejan de experimentar la vivencia de ser individuos libres. Ellos, sumidos en un propiciatorio autoengaño, han tenido que pagar un precio muy alto por la pérdida de la conciencia. Y, sólo viven por la promesa, tan solo por la posibilidad, de estar cerca o ser de la aceptación del mercader de ilusiones de turno.

Explicaciones que puedan dar cuenta de tal advenimiento se nos presentan variadas, sin embargo, en aras de la síntesis optaremos por la que sugiere un deseo natural en el ser humano de vincularse para trascender en y por el mundo.




Paradójicamente, este sujeto activo en el arte de la obediencia, es sujeto pasivo en la proeza de ser persona libre. Por ello, le es muy difícil hacerse responsable de sus actos y decisiones. En estos casos, el temor a la sanción, el miedo a no pertenecer o dejar de hacerlo, es más fuerte que el sentimiento innato de ser sencillamente lo que es.

Siendo así las cosas, resulta claro y previsible que cualquier situación que se contraponga a este tipo de comportamiento trastocado, es rechazado y censurado por el orden perversamente establecido. De allí que, se ha hecho costumbre mirar con incredulidad a los indomables y en un acto de ligereza se propinan infinitos improperios e insultos y, hasta los más novedosos y deslegitimados diagnósticos, surgen para clasificar tipos y grados de locuras o simplemente, sirven a los fines de catalogar a los hombres y mujeres que en un gesto de auto respeto y valentía abandonan responsablemente, la travesía de las sendas facilistas y trilladas de la corrupción, y por el contrario se deciden a crear sus propias rutas o seguir otras que les señalen la sensatez, la moral y el amor por sí mismos, todo lo cual remite al goce y disfrute en libertad.


Ahora bien, desentrañar lo hasta aquí explicado, amerita tener que ubicarnos en y dentro del discurso de poder y sus inefables opuestos: Oprimido y Opresor.

Planteada esta disyuntiva, vale decir, que el uso del poder trae aparejada la aberrante pretensión de exigir a los oprimidos una subalterna docilidad y una incondicionalidad irrestricta, como peaje obligado que tendrían que pagar los interesados en llegar a formar parte del rebaño o entorno íntimo del poderoso. Ciertamente, el no acatamiento de la línea u orden establecido por el poderoso significaría ganarse con honores un ostracismo u exclusión forzado.

En este sentido, se entiende que el individuo que en un acto de osadía pretenda hacer uso de su libre albedrío, se verá inexorablemente, enfrentando la agresividad de dos oponentes: Del Opresor, ese personaje que obtiene su legitimación mediante la adulancia del Oprimido y quien en un despliegue anárquico, no admite diversidad de criterios, ideas u opiniones, ya que admitir la diversidad del otro lo obligaría a realizar un análisis racional de la barbarie y el pauperismo imperante en su entorno. Del Oprimido quien, la mayoría de las veces, por pánico a quedar en evidencia ante el Opresor – que se ha convertido en su dueño- y ante su espejo, el Hombre Libre, prefiere el silencio que "otorga". Y, además, lanzarse en un ataque desmedido hacia éste último, en un acto desesperado de autoconciencia, con la esperanza de llegar a convencerse de que la libertad que se niega, existe. Está allí, al alcance de su mano pero atraparla le da miedo porque esto lo llevará a perder los favores de su opresor.

Observamos que en la entrega de la libertad, por chantaje emocional o material, el oprimido, obtiene una ganancia secundaria "sui generis" donde lo relevante es el hecho de pertenecer, a algo o a alguien, aunque sólo sea para recibir como aliciente una condición de aparente adscripción que le permita atenuar, en cierta medida, el temor a no ser lo que ya es, invitados de segunda.

Esta situación no sería del todo alarmante, si fuese un fenómeno aislado, pero tal evento, por demás, veraz, esta llegando a ocupar el privilegiado lugar de convención social infalible y está expropiando desde la cotidianidad y de modo perverso, la pérdida de la libertad. Por consiguiente, lesionando de manera explicita la principal razón de la existencia humana.

Sobre este aspecto Don Simón Rodríguez, en sus escritos, fue muy enfático, cuando señaló refiriéndose a nuestra gente “… Antes se dejaban gobernar, porque creía que su misión, en este mundo, era obedecer: ahora no lo creen, y no se les puede impedir que pretendan, ni (...Lo que es peor) que ayuden a pretender" (1954:155)

COROLARIO: Negarse el derecho a hablar o actuar libremente equivale a infringirse autocensura y negarse la libertad de pensar con libertad. La privación de poder pensar libremente, es la más vil esclavitud que puede soportar un ser humano racional. No menos cierto, es que, aquellos que por negligencia o complicidad aceptan sin examen o revisión, órdenes de la

autoridad, no están en condiciones de reclamar para sí, el título de Hombres Civilizados.


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